Independiente Rivadavia levantó más que una copa. Entre bombos, gargantas y promesas, el “¡Dale, dale, dale Leeee!” se volvió himno de un pueblo que encontró en el fútbol su sonido eterno.
La noche en Alta Córdoba tuvo una melodía propia. No fue compuesta por músicos ni grabada en estudio: nació en las tribunas, se afinó en los micros que cruzaron la ruta desde Mendoza y estalló en un coro incesante cuando la pelota empezó a rodar.
“¡Dale, dale, dale Leeee, dale, dale Leeee!” se volvió rugido. Era un pulso de tierra y corazón, un sonido que no se explica, se siente. Los bombos marcaban el compás, las palmas acompañaban la percusión invisible de la esperanza, y las gargantas, gastadas de tanto viaje, encontraban fuerza en la promesa de la historia.
Las 7.500 entradas disponibles se agotaron en un suspiro, pero nadie quiso quedarse afuera. Muchos viajaron sin ticket, solo para estar cerca, para escuchar de lejos el eco azul de un sueño cumplido. Desde las redes del club (en videos que ya se multiplican por miles) se puede oír lo que en la cancha se vivió: un estadio convertido en instrumento, una hinchada convertida en orquesta.
Independiente Rivadavia fue campeón de la Copa Argentina 2025, sí. Pero su consagración fue también sonora. Ganó con goles, pero también con canciones; con fútbol, pero sobre todo con ritmo. En las tribunas, los “Caudillos del Parque” marcaron el tempo, y el resto siguió con fe, como si cada canto empujara un poco más la pelota hacia el destino.
Esa noche, el fútbol sonó a Mendoza. A vino derramado en el suelo, a redoblante de madrugada, a abrazo y a llanto. Y cuando la copa se alzó, ya no se escuchaba solo un canto: se oía el latido de un pueblo entero.
Porque hay triunfos que se gritan, y hay otros (como este) que se cantan.
Informe Tessa Duarte especial para Sontrip Contenidos. Imagen @CSIRoficial


