Un podcast que intenta ofrecer un multiverso de la fiesta más importante del vino.
Arranquemos con un chiste: “Un borracho lleva parado más de dos horas frente a su casa, haciendo giros con la cabeza. Un tipo que lo está mirando, ya no aguanta más y se acerca y le dice: Oiga amigo, ¿por qué no entra a su casa? Y el borracho le contesta: Estoy esperando que deje de dar vueltas…”.
En Mendoza la Vendimia representa tradiciones, creencias, mitos y costumbres. Es “nuestra música, nuestra poesía, las comidas, las supersticiones”. Además “es nuestra carta de presentación al mundo, ella nos pinta de cuerpo entero, pinta nuestro paisaje, canta los sueños que nos hicieron posible como pueblo”. Y todo eso. Es Vendimia.
Por todos lados. La señora de la mitad de cuadra se queja también lo vive. A su manera. Dice que tuvo que llegar esta época para que pintaran las calles, que pusieran los carteles. Y que ahora todo funciona como tendría que funcionar, y eso es porque ahora viene todos de afuera, y la cosa se tiene que poner linda.
Va otro chiste: “Llega un borracho a su casa a las cuatro de la mañana, entra muy despacio a su casa para no despertar a su esposa, y al subir las escaleras se encuentra con ella. La señora le pregunta: ¿De dónde venís? Y el borracho responde: Según Darwin, del mono…”.
Vendimia, por su magnificencia y sus contenidos, es un espectáculo que, aunque esté realizado por un grupo de artistas, no puede dejar de expresar (aunque no exista la intención) los sentimientos populares y las posiciones públicas según se viven en cada segmento de la sociedad.
Es un escenario donde están todos los actores. Cada cual ejecuta sus letras, toca su instrumento, realiza su interpretación. Mejor dicho, cada uno lo vive y lo aprovecha a su manera.
“Fue mi sueño desde siempre”, idealizan las chicas en la previa. La Reina, en la historia de los pueblos, es una mujer sinónimo de poder, belleza, fuerza y, en algunos casos, de sabiduría. Una hermosa doncella dedicada a contener a su amado rey y a su pueblo con amor eterno y fidelidad incondicional. Pero de la caracterización universal a la realidad mendocina la distancia puede ser muy grande. Nuestras reinas vernáculas aún no accedieron a la fama y la inmortalidad de la historia.
Pensemos en la Vía Blanca y el Carrusel. Las soberanas con el brazo acalambrado de tanto saludar, más la tendinitis que acecha por arrojar uvas, manzanas, melones, sandías, tiras de asado… Nadie se acerca a los carros pensando: “Queremos expresar la alegría por los frutos de la tierra”. Es mas un saqueo emotivo que otra cosa.
Después llega la previa de los comicios vendimiales, el “boca de urna”. Las explicaciones e hipótesis, a esta hora, están al rojo vivo. “Acomodo político”, dice la señora cuando ve pasar a esa candidata que su cara tiene muchos carteles por la calle. En cambio, está el ciudadano que ejerce la futurología real e imparcial, con un “ojalá que gane la que pueda representar bien a nuestra provincia”. La verdad llegará cuando la corona se ubique sobre la cabeza de una elegida, develando la hipótesis sobre el inconfundible símbolo de poder popular.
Metamos otro chistecito: ” Había un borracho tomando vino en un cementerio. De pronto se le cae la botella y se pone a llorar. Pasa una señora que le va a dejar flores a su marido y ve al ebrio llorando. Se le acerca y le dice: ¿Familiar? Y el borracho le contesta: ¡No, de tres cuartos!…”.
Es nuestra fiesta. La de los interminables brindis. Las de los cosechadores y todos los protagonistas del trabajo de la tierra. La de las Reinas. La de las carrozas y los caballos y la bosta en la calle San Martín. Con los frutos ya benditos, la semana central de la Vendimia está llegando a su punto más alto, que culminará con el majestuoso despliegue en el Frank Romero Day, y la elección de la soberana nacional.
También se celebra, para muchos, la fiesta del trabajo mendocino. Un acontecimiento que trasciende lo meramente folklórico o costumbrista y que constituye una buena oportunidad para disfrutar de lo nuestro. De eso se trata, más allá de las interpretaciones y las apostillas que ornamentan todo el contexto de nuestro espectáculo más representativo. Que el brindis sea para todos. Esto es Vendimia. Ahora y siempre.