Mendoza se planta como el destino que lo tiene todo. Una forma de vivir que ahora tiene su propia palabra. Manso no es calma, es algo más que todo
Hay palabras que nacen con una forma y después mutan. Se rebelan. Cambian de piel y se convierten en otra cosa. En Mendoza, “manso” dejó de significar “tranquilo” para transformarse en algo completamente distinto: ahora es sinónimo de algo deslumbrante, majestuoso, disfrutable hasta el límite. Así, con ese giro cultural inesperado, esta provincia del oeste argentino se planta como uno de los destinos más calientes (y frescos) del país, con un relato propio, accesible, moderno y, sobre todo, manso.
Y no hablamos de quedarse tirado a la sombra de una parra (aunque eso también está buenísimo). Hablamos de experiencias que van desde flotar en un spa en plena cordillera hasta vibrar con una playlist local que rompe la escena nacional.
Lo mejor de Mendoza es que no tenés que mirar el calendario para decidir cuándo ir. La nieve de invierno te espera en Las Leñas o en Penitentes, con un aire seco y soleado que hace que esquiar no sea una tortura húmeda. En primavera y otoño, los viñedos explotan de color y sabor, como si quisieran robarte la cámara del celu. Y el verano es una fiesta líquida entre rafting, ríos, lagos y afters con vino y buena música. Siempre hay algo que hacer, y todo está pensado para que lo disfrutes sin volverte loco con la logística.
Durante la presentación de la campaña, el gobernador Alfredo Cornejo bajó la data con claridad: “Lo de Mendoza es un esfuerzo constante. Competimos en sectores altamente exigentes, como la vitivinicultura y el turismo, que están entre los más competitivos del mundo”.
Con un tono directo y sin vueltas, Cornejo reconoció que, si bien los últimos diez años dejaron un balance positivo en turismo, no es momento de relajarse: “Sostener ese crecimiento cuesta mucho, especialmente en un contexto donde la competencia global es cada vez mayor”. Y agregó una clave que diferencia a Mendoza del resto: “En Mendoza hay actividades que funcionan muy bien independientemente del tipo de cambio, y eso es mérito tanto del sector privado como del público”.
Pero no se trata solo de aguantar. La mirada está puesta más allá: “Ponemos el foco en lo que hay que hacer. Esta campaña es parte de una estrategia clara para seguir posicionando a Mendoza en el mapa turístico internacional. Tiene una creatividad muy alta”.
La campaña también tiene caras. Caras mansas. Por un lado, Mike Amigorena, actor, performer, músico y mendocino de pura cepa. Su impronta descontracturada, su ironía innata y su carisma frente a cámara lo convierten en el vocero ideal de una provincia que ya no quiere vender paisajes, sino actitudes. Mike no actúa: vibra Mendoza.
Del otro lado, Fran Velardes, el niño cordobés que se volvió viral por su pasión futbolera por Talleres, ahora se convierte en el turista argentino que flashea con cada rincón de la provincia. Su frescura y su autenticidad le ponen humor y ternura al mensaje, como quien no puede evitar decir: “¡Esto está manso!”.
Y como todo destino con identidad necesita una banda sonora, el spot de campaña eligió un clásico que atraviesa generaciones: “La muralla verde” de Los Enanitos Verdes. Un tema que es parte del ADN musical nacional y, especialmente, mendocino. Porque sí, la provincia también tiene rock en las venas, y esta canción le da el ritmo perfecto a una campaña que mezcla nostalgia y modernidad con una soltura que solo se logra cuando hay orgullo real detrás.
La palabra que lo dice todo
Tal fue la apropiación popular de la palabra “manso” que el Diccionario del Habla de los Argentinos no tuvo otra que rendirse: en su última edición, ya figura esta acepción mendocina del término, asociada a lo colosal, lo increíble, lo que te vuela la cabeza. Una resignificación cultural que dice mucho más que una simple palabra: habla de cómo Mendoza está construyendo su propia identidad turística desde lo emocional, lo cotidiano, lo auténtico.
No se trata solo de vender paisajes: se trata de contar una historia. Una historia que podés vivir en bicicleta entre viñedos, en una terraza con copa en mano, o colgado de un arnés en un cañón de Potrerillos. Todo es parte de la experiencia. Todo es parte de lo manso.
Mendoza tiene ese equilibrio raro entre lo natural y lo urbano. Entre el slow mood y la hiperconectividad. Podés amanecer en un refugio de montaña y terminar el día en un rooftop con música en vivo y comida de autor. Es inclusiva, accesible, sustentable, diversa. No es una postal: es una playlist de experiencias.
Y quizás ahí está la clave: Mendoza entendió que ser un destino no es tener un paisaje, sino una actitud. Y la actitud mendocina hoy se escribe con una sola palabra: manso.